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Recibí este testimonio de una madre que quiere compartir su experiencia para las que vienen.

¡Que lo disfruten!

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Testimonio de mi parto

Me he demorado más de cuatro meses en empezar a narrar lo que fue mi parto. No pude hacerlo antes porque me ha costado digerirlo, entenderlo y porque he estado enfocada en disfrutar y readaptarme a esta nueva vida. Espero que, como ha pasado el tiempo, no se me vayan detalles de cómo fue todo, aunque sé que por más que me esfuerce, lo que escriba sólo va a ser un esbozo, un intento de poner en palabras lo más potente y transformador que he vivido.

Entonces voy a escribir este testimonio pensando en todas esas mamás que están prontas a parir y se sienten confundidas acerca de donde tener a sus hijos, porque en el fondo desconfían que una clínica u hospital, donde van los enfermos, los accidentados y la gente moribunda, sea el mejor lugar para empezar a vivir. Con mi primer hijo, que nació hace casi diez años, tuve también esa sensación, pero era más chica, me conocía menos. Estaba más desamparada en todo sentido, y aunque quería un parto natural, tenía miedo.

Creo que es difícil no sentirse así cuando se va a los controles y los doctores hablan sobre todo de los riesgos y las posibles enfermedades del feto o la madre. A pesar de que esta vez me sentía mucho más conectada conmigo y con el proceso, nos pasó que el ginecólogo dijo al tercer mes que nuestro hijo tal vez tenía síndrome de down. Esto fue, a pesar de que todos los exámenes y mediciones anteriores habían salido normales, sólo porque en la ecografía le salían los dedos del pie separados. Nos dijo también que era imposible saber hasta el parto si el niño venía o no con este síndrome, que muchos no se descubrían hasta el momento del nacimiento y que nos lo contaba porque consideraba que éramos personas inteligentes, que sabríamos manejar esa información sin angustia. Pero sí nos angustiamos. No porque tener un hijo down sea una tragedia, sino porque es sin duda algo muy desafiante, sobre todo para personas como nosotros que tenemos trabajos cambiantes, como toda la gente que se dedica a cosas creativas en este país, y porque queremos tener una vida más bien nómade. Gracias a que no le creímos a este doctor, pudimos desmentirlo a los pocos días, con otra ecografía. Pero no niego que fue muy estresante para nosotros tratar de imaginarnos la vida en un escenario tan distinto. Cuando se lo conté a mis amigas madres, muchas me contaron que en sus embarazos también les hablaron de problemas y enfermedades imaginarias, que no tenían, pero que las hicieron gastar plata en exámenes innecesarios y llenarse de inseguridad.

Cuento esto para ejemplificar cómo las embarazadas están sometidas constantemente a preocupaciones y momentos de estrés, debido a que se asume que las mujeres no nos conocemos ni sabemos escuchar nuestro cuerpo ni a las generaciones anteriores que han pasado por lo mismo que nosotras. Por eso todo hay que corroborarlo con procedimientos médicos. Sin desmerecer que estos procedimientos a veces detectan enfermedades y permiten prevenir otras, en mi caso lograron que nuevamente tuviera miedo, aprensión respecto a lo que se venía. Así fue como pasaron los meses y yo no sabía bien qué hacer, cómo enfrentar el parto. Sólo tenía claro que probablemente sería mi último hijo y quería esta vez que alumbrarlo fuera menos traumático.

Cuando ya tenía más de seis meses de embarazo fui a un temazcal con la intención aclararme y encontrar una respuesta. Fue ahí que escuché a uno de los temazcaleros decir que si a uno no le hace sentido como funcionan las cosas de manera convencional, hay que atreverse a poner nuevas reglas, a pensar de otra manera el cuerpo, la vida. Nos han dicho que muchas cosas no se pueden, que son imposibles y peligrosas. Pero para ser libres hay que atreverse a soñarlas, a desearlas, a pedirlas y hacerlas. Esto me resonó profundamente y me abrió la cabeza. Entendí también que para tomar ese camino necesitaba una guía.

Como siempre que pido algo con fe en esa especie de nave mágica que son los temazcales, me encontré muy pronto con la persona indicada. O tal vez es más correcto decir que la encontró mi pareja, que tenía ganas de hacer algún curso de parto y en internet encontró el taller que imparte Maca Mardones en su bella casa en la comunidad ecológica.

Confieso que al principio no me di cuenta de que había encontrado lo que buscaba, ni meentusiasmó mucho la idea de ir. Pensé que era otra instancia donde harían que nos abrazáramos grupalmente, simuláramos amamantar muñecas y contáramos nuestras intimidades con un grupo de desconocidos a los que no volveríamos a ver. Mis prejuicios se basaban en hechos; con el papá de mi primer hijo fuimos también a un taller y fue más o menos así. Además, al final, y a pesar de toda la buena onda y generosidad que tuvo la matrona, mi hijo terminó naciendo por fórceps, después de estar toda la noche en trabajo de parto. Porque por más que en la clínica a la que fui tuvieran la sala especial de pre parto, donde pude caminar, poner mi música, ir con mi profesora de yoga, etcétera, mi matrona no estaba alineada con el neonatólogo. El simplemente quería terminar su turno, y a veces los partos, sobre todo los primeros, se demoran. Cuando pienso en ese día, más allá de lo lindo que fue recibir a mi primer hijo justo cuando amanecía, recuerdo la sensación de que mi guagua nació en medio de la tensión entre mi matrona y el doctor. Tampoco se me olvida que entró a la sala un curioso grupo de estudiantes en práctica que tomaban nota mientras yo gritaba de dolor. Ahora entiendo que por más que mi matrona fue infinitamente generosa y protectora conmigo, y que intentó defender mi intimidad, el escenario y las condiciones de mi parto eran complicadas. Así era casi imposible que yo pudiera parir de manera armónica.

Confieso también que me costó ir a un nuevo taller porque no me gustaba tampoco la idea de movilizar mi humanidad súper embarazada un sábado en la mañana, después de estar toda la semana levantándome temprano. Finalmente, al ver a mi pareja ilusionado por aprender sobre la etapa que se nos venía, me entraron las ganas ir.

Después de presentarnos y contar por qué estábamos ahí, la Maca tomó la palabra y fue al meollo del asunto: el parto es un proceso fisiológico involuntario, así es que ¡Sorpresa! ¡No hay que prepararse! No tengo que ser una bailarina ultra conectada con su cuerpo. No hay que ir a yoga, aprender meditaciones, caminar, comer papayas. En realidad, no HAY que HACER cosas, solo hay que dejar que suceda, de la manera más animalesca posible, entregarse a ese misterio que hace que nuestra especie se reproduzca y muera.

Ahora bien, que sea natural no significa que sea de cualquier manera. Todas las mamíferas se retiran, hacen una pausa en sus vidas para dar a luz. Porque un parto requiere de una solemnidad sagrada; debe ser silencioso, poco iluminado, en un espacio donde una pueda irse para dentro sin que nadie te esté mirado o preguntando cosas. Así es como los mecanismos perfectos de la fisiología se desencadenan. Solo hay que permitirse sentir. Pero de verdad sentir.

Dejar de juzgar lo que nos pasa y escuchar las señales del cuerpo, que vaya que se hacen presentes cuando se está en estado de “gracia”. Fue así como me di cuenta, a mis 31 años, de lo acostumbrada que estaba en postergar lo que deseo por ser condescendiente. Asumir que muchas veces hacer lo que a una de verdad le da la gana implica ir en contra de la corriente y recibir los comentarios de tantas personas sin que nadie les consulte: porque hay mucho miedo y mucha ignorancia respecto a nuestro poder de engendrar vida y de seguir nuestros instintos. Entonces para superar esos miedos, la Maca explica las cosas en forma concreta, científica, es decir, qué pasa con el cuerpo cuando se está dando a luz a nueva vida y cómo eso que parece tan complicado es en realidad mucho más sencillo de lo que lo pintan. Es increíblemente reconfortante que te digan cosas tan simples como: “te ves sana”, “todo va a salir bien”, “sólo tú sabes cómo quieres parir y qué necesita tu hijo”. Fue así como a partir del día del taller me cambió totalmente la experiencia del embarazo. Después de mucho tiempo sentí esa energía potente que tienen las embarazadas, de estar viviendo un proceso tan distinto a todo y tan real. Entendí que en vez de seguir yendo a tantos controles y monitoreos, una vez que estaba segura de que mi guagua estaba sana, tenía que dedicarme a gozar y relajarme, a estar en mi casa todo el día si no me daba la gana salir.

Supe también que ese sentimiento huraño es natural al final del embarazo, cuando una solo quiere hacer su nido y encerrarse. Por supuesto nuestros familiares estaban alertas e inquietos por cuándo y cómo sería el parto, pero nosotros sentíamos una tranquilidad inusual. Esto gracias a que la Maca y la Andrea, la matrona que trabaja con ella, nos visitaron varias veces y estuvieron súper atentas a cómo me iba sintiendo al acercarse la fecha probable de nacimiento. Conversamos sobre todos los temores y aprehensiones que tenía al principio, hasta que ya no tenía ninguna duda de que quería parir en mi casa. Entonces de a poco fui desconectándome del mundo exterior para sólo esperar ese momento incierto en que el hijo o la hija deciden nacer, que no tiene que ver los tiempos de los turnos en los hospitales o los horarios de la ciudad, sino que con otro orden misterioso, relativo a los astros.

Yo lo sentí una tarde, pasada la semana cuarenta, después de estar “encuevada” varios días como me recomendó Maca. Ese mismo día, después de ver que teníamos todo lo necesario, le dije a mi pareja que se viniera del trabajo lo antes posible. Y en vez de partir al hospital nos pusimos ropa cómoda, comimos sushi, prendimos velas y brindamos con champaña por lo que se venía.

Las contracciones, tal como me explicó la Maca, no eran una tras otra sin pausa, como las que dan con oxitócica sintética o inducciones manuales, sino que se sentían como una ola, que tiene un pic, y después revienta. Por eso después de cada una viene un momento rico, como después de capear. Y al rato (no sé cuánto tiempo, una pierde la noción y eso es muy entretenido) empezaron las contracciones en serio, esas que son más como una tormenta que como una ola.

Entonces me empecé a sentir arrastrada por una fuerza desconocida y le dije a mi pareja, que hasta ese momento estuvo amorosamente al lado mío, que necesitaba estar sola. El lo entendió y sin decirme nada llamó a la Maca, que se vino al tiro a mi casa, pero no interfirió en el trance que estaba viviendo. Fue gracias a esa intimidad que pude relajarme en mi tina y luego entrar en ese estado de conciencia tan raro y potente que se necesita para abrir paso a la nueva vida.

Por lo que me enteré después, afuera hacía frío y pasaron cosas inesperadas, algunas fallas técnicas (estufa casi incendiada, corte de luz, etcétera) difíciles de resolver, pero mi pareja se tomó en serio el rol de guardián y de velar para que todo estuviera bien, no de ser un simple espectador en un territorio ajeno como un hospital, donde todos te hacen sentir que sobras.

No voy a negar que sentí dolor, y que por momentos pensé: esto es una locura ¡dónde está mi anestesia! Pero había una convicción y un deseo muy fuerte de que mi hijo naciera ahí, en mí nido, en mí territorio. Entonces la Maca se tragó mi miedo y puso toda su fuerza y su espíritu en ayudarme a concretar ese sueño. Gracias a su experiencia me condujo de manera amorosa, confiada, pero casi sin hacerse presente para que yo pudiera mantenerme en trance.

En ese estado que nunca antes había experimentado, sentí que mi cuerpo se partía en dos, que me moría, que dejaba de ser quien era. Finalmente hice erupción como los volcanes, rompí la bolsa y sentí la necesidad de pujar, de empujar, de unirme a ese flujo que era más grande que yo, mucho más grande que yo, pero me contenía y me desbordaba a la vez. Me sentí como nunca antes en mi vida llena de una fuerza indomable.Mi hijo estaba esforzándose por salir de mi cuerpo y yo poniendo todo de mi parte para tenerlo pronto en mis brazos.  Lo llamé por su nombre y le dije que estaba lista para recibirlo, que era su momento de nacer.

Invoqué también a mi abuela, que parió siete hijos y que se hizo presente, junto a todo mi linaje femenino; esas abuelas que no puedo recordar pero que todavía llevo en la sangre. Sentí que gracias al impulso que me dieron el alumbramiento estaba cerca y al fin iba a conocer a mi criatura. Con la Maca alucinamos y atravesamos juntas una oscuridad densa, un dolor profundo, muy antiguo, que hasta ese momento no había conscientizado que llevaba adentro. Habité por primera vez un lugar recóndito mío. Un lugar que sentí también de otras mujeres que habían pasado por lo mismo que yo. Sin poder controlarlo rugí, aullé, lloré y me reí hasta que el dolor se liberó, cedió y di a luz. En la intimidad de mi casa, en un silencio sagrado, a una hora en que a este lado del mundo la gente descansa o intenta descansar, parí en cuatro patas, en el suelo.

El silencio sólo se rompió cuando sentí el llanto del mi hijo. Con mi pareja nos abrazamos y lloramos también. Nos acostamos en nuestra cama, con nuestras frazadas y toallas sosteniendo al niño. Apenas distinguíamos su cara porque la luz era tenue. Fue muy lindo en un principio no verlo del todo. Descubrir primero la suavidad de su piel húmeda, sentir su llanto y sobre todo olerlo una y otra vez. Creo que no se me va a olvidar nunca su olorcito como a tierra y a agua. Un olor dulce único. El olor de mi cría.

Así estuvimos un buen rato. Yo todavía un poco en mi trance, pero sintiendo cada momento, fundida en amor a mi hijito y su padre. Ellas entraron después de un rato, de manera silenciosa, para ayudarme a alumbrar la placenta. Limpiaron la pieza, nos trajeron un tecito y a los pies de la cama esperaron pacientes esa especie de segundo parto, mucho más simple que el anterior, pero no por eso menos importante.

Después de que al fin alumbré la placenta y el cordón dejó de latir, mi pareja delicadamente lo cortó. Andrea me revisó (por primera vez) y nos confirmó que mi cuerpo estaba en perfecto estado, que no me había pasado nada, ni siquiera un desgarro. Tenía apenas unas llaguitas que cerraron a los pocos días. Cosa increíble para mi, porque todavía recuerdo el dolor de la episiotomía que me hicieron en mi primer parto, y cómo me costó recuperarme de ella.

Cuando casi ya amanecía, nos dejaron solos. Fue maravilloso dormir lo que quedaba de esa noche junto a nuestro hijo, sin que nadie controlara lo que estaba perfecto. Al día siguiente ellas vinieron de nuevo a vernos, a darnos algunos consejos útiles sobre esas semanas intensas que siguen al alumbramiento. También vino un neonatólogo a revisar al niño. A pesar de lo intenso que había sido todo, estábamos felices y llenos de energía. Sólo cuando estábamos más repuestos recibimos a nuestras familias que estaban un poco desconcertadas pero felices de que todo hubiera salido bien.

Nosotros estábamos más contentos todavía. El parto fue como una sobredosis de amor. Traer al mundo a nuestro hijo de esa manera tan simple y bella cambió definitivamente nuestra relación y también mi relación conmigo misma, con mi cuerpo. Ahora lo siento más mío. Lo entiendo mejor y lo escucho más atenta. A pesar de que dicen que esta primera etapa es esclavizante, me siento más libre que nuncarespecto al mundo, a lo que me rodea, a lo que deseo. Porque le perdí el miedo a seguir mis instintos, a hacer las cosas como me las dicta mi corazón.

Parir de esta manera es estar en contacto con un misterio profundo. Entonces algo se abre en la comprensión de todas las cosas. Ahora tengo mucho menos control sobre mis días, sobre cómo pasan las cosas, pero siento más seguridad en lo que quiero. Entendí que mi vida es parte de un flujo al que hay que entregarse, que realmente somos mamíferos, y por eso somos parte de la naturaleza, que es inmensamente poderosa. Y sobre todo, que cada uno encierra adentro, muy adentro, un misterio que se revela de a poco, si se está atento. Entonces las respuestas llegan, las dudas se despejan acerca de cómo uno debe actuar para ser feliz, para sentirse cómodo, a gusto en este mundo.

En resumen, siento que haber parido en mi casa, sin anestesia, sintiendo como mi hijo se abría paso en mi carne para empezar a vivir su propia vida, fue una gran iniciaciónpara convertirme en madre. Con esto no quiero decir que creo que sea la única manera correcta de parir. Cada mujer sabe qué es lo mejor para ella. Y estoy segura de que hay mujeres muy conectadas con sus niños y niñas a pesar de haberlos tenido por cesárea o parto programado. Pero pienso que si nacer es del todo fácil, indoloro, como si fuera un trámite, y que si otros que te medican sin preguntarte y te imponen cómo te tienes que relacionar con tus hijos, con tus procesos internos, la crianza se hace definitivamente más compleja. Porque la maternidad es salvaje en sí. Tiene otros tiempos. No se ajusta al ritmo frenético del modelo de producción, al sistema apurado y violento en el que vivimos. Estoy segura de que es gracias a que he sentido mis partos que he podido defender el tomarme el tiempo de amamantar, de ver cómo crecen y les cambia la cara a mis hijos, todos los días. Adivinar así cómo se sienten, qué les duele, cómo puedo ayudarlos y acompañarlos. Es en ese cotidiano que he podido también aprender un nuevo lenguaje, que es sólo nuestro y por eso nadie más entiende mejor que yo. Y lo más importante de todo; me he tomado el tiempo de disfrutar con ellos su infancia, porque sé que es un tiempo precioso, único, donde soy irreemplazable.

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